Vivir dos veces

Es el título de una película española que he visto hace poco.

Un drama familiar en clave de humor.

Un profesor universitario de matemáticas enferma de Alzheimer.

Sabe que delante solo le queda el olvido: la pérdida de memoria, los puntos de referencia, los recuerdos que le anclaban a presente, la imposibilidad de reconocer a las personas más querida o de seguir con sus trabajos de investigación o sus lecturas, sus hobies… el silencio, la falta de contenido y de sentido, la nada.

Quiere aprovechar lo que le queda de lucidez para buscar un amor adolescente. Aquella chica a la que no le dijo que le quería, pero cuyo recuerdo le acompañó a través de los años.

Su hija Julia y Blanca su nieta le acompañaran en ese viaje a su pasado.

Vivir dos veces es una película un poco dulzona y llena de buenas intenciones y de réplicas impertinentes, duras por verdadera, que va soltando la nieta sin miramientos, a diestro y siniestro con la despreocupación que da la juventud.

Te traigo aquí una escena.

Arranca en la mesa, con la paella en medio.  La nieta absorta en su móvil, el abuelo en plan borde y la hija deshaciéndose en una imposible tarea de contentar a todos. Al final, harta del rechazo del padre y de la indiferencia de la hija,  Julia se refugia en la cocina donde la sorprende su marido con una cajetilla de tabaco.

El marido es un personaje secundario, gris pero necesario para dar ese matiz de persona prescindible en la familia.

Es coach o como lo define su hija “una profesión que se ha inventado él para no admitir que está en el paro”.

Julia le pide el mechero y él le pregunta para qué quiere fumar.

Ella le contesta “porque lo necesito”.

Y ahí se inicia un dialogo aparentemente absurdo en el que él formula todas las preguntas empezando por un para qué.

Enhebra: ¿Para quieres fumar?

Para tranquilizarme

¿para qué quieres tranquilizarte?

Para no mandar a la mierda un hombre enfermo que es mi padre

¿para qué?

Para ser la buena hija que yo quiero ser y mi padre no me deja ser

¿Para qué?

Para que esté orgulloso de mi para sentir que le importo, aunque solo sea un poco

Satisfecho con el resultado de su ejercicio, el coach-marido, le entrega el mechero.

Parece que Julia por fin se ha ganado el derecho a fumar.

Y busca en el humo el consuelo que no tiene en la falta de abrazo de los que la rodean: hija, padre, marido.

Callar porque va a ser peor si digo, tirar pa´lante, apechugar con lo que toca, … son muchos de los diálogos internos que ponemos en marcha cuando estamos mal cuando ya no podemos más pero ni nos atrevemos a poner límites al abuso de los demás, ni os permitimos pedir ayuda, apoyo, acompañamiento.

Cuando estas necesitada de un abrazo, de cariño y de comprensión lo que menos quieres es verte sometida a un interrogatorio como si hubiera matado a Manolete.

La compañía del otro, sentir su presencia, solo con eso muchas veces es suficiente para pasar una crisis, un momento difícil.  

No esperes que los demás acierten o adivinen lo que necesitas.

  • Aprender a identificas tus necesidades.
  • Aprender a expresar tus deseos.
  • Aprender a poner límites…

Aprender a elegir entre dos malestares, lo que no quieres y te daña y lo que quieres, pero te cuesta. A elegir entre dos costes, uno estéril que mantiene lo que te hace daño, el otro que te va a enfrentar con lo que duele, pero me te va a ayudar a luchar por lo que realmente quieres.

No siempre estamos a tiempo para perseguir nuestros sueños, es mejor no dejarlo para después.

No tenemos dos vidas.


Cordialmente,

Amor González Sánchez

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