La paradoja de Abigail

Se suele recurrir a esta anécdota cuando se quiere poner de manifiesto el riesgo que tienen las decisiones grupales.

No digo yo, que las decisiones de grupo no sean difíciles o tengan ciertas peculiaridades, pero lo que destila esta famosa anécdota sigue siendo la misma historia de siempre.

La ansiedad social en su máxima expresión: la vergüenza, el miedo al qué dirán o a qué pensarán de mi, y si me equivoco, si me pongo en evidencia, el miedo al rechazo como consecuencia de estos juicios, o la malamente valorada empatía patológica en la que se antepone las opiniones y las necesidades de los demás sobre las nuestras, porque si eres una buena persona no debes herir o frustrar a los otros.

Así que nos callamos y asumimos lo que dicen los demás.

Pero como muchos hacemos lo mismo cuando estamos en grupo, es posible cuando no muy probable que nadie se encuentre a gusto con la decisión tomada y todos la acepten e incluso la promuevan pensando que es la que quiere el otro.

O sea, un lío que genera mucha insatisfacción y que te hace sentir mal.

Aquí te dejo la historia.

Juzga por ti misma.

Una calurosa tarde en Coleman, una familia compuesta por suegros y un matrimonio está jugando al dominó cómodamente a la sombra de un pórtico. Cuando el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad situada a 80 km., la mujer dice: «Suena como una gran idea», pese a tener reservas porque el viaje sería caluroso y largo, pensando que sus preferencias no comulgan con las del resto del grupo. Su marido dice: «A mí me parece bien. Sólo espero que tu mamá tenga ganas de ir.» La suegra después dice: «¡Por supuesto que quiero ir. ¡Hace mucho que no voy a Abilene!».

El viaje es caluroso, polvoriento y largo. Cuando llegan a una cafetería, la comida es mala y vuelven agotados después de cuatro horas.

Uno de ellos, con mala intención, dice: «¿Fue un gran viaje, no?». La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los otros tres estaban muy entusiasmados. El marido dice: «No me sorprende. Sólo fui para satisfacer al resto de ustedes». La mujer dice: «Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace». El suegro después refiere que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos.

El grupo se queda perplejo por haber decidido hacer en común un viaje que nadie entre ellos quería hacer. Cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.

La paradoja fue observada por el experto en administración Jerry B. Harvey en su libro de 1988 The Abilene Paradox and other Meditations on Management.

La explicación que da Harvey y que se repite en todos los cursos y libros de management va en dirección a echarle la culpa al pensamiento de grupo. Esta teoría le sirve para explicar decisiones de trabajo extremadamente malas, y para cuestionar la supuesta superioridad de calidad de las decisiones grupales.

En resumen, la «paradoja de Abilene» postula que en situaciones críticas existe, en el pensamiento gregario, una tendencia a tomar decisiones poco satisfactorias.

Lo malo es que este tipo de comportamiento no se limita a las decisiones de grupo. Lo hacemos a diario, cuando estamos solos, en pareja o en grupos.

Por ejemplo, una pareja que lleva poco tiempo sale a cenar, él propone tomar un buen vino, aunque no es un forofo de vino, pensando que a su pareja le gustará el detalle y ella a la que tampoco le mata el vino, acepta la propuesta mostrando entusiasmo para no defraudarle pidiendo agua con gas.

Cuantas veces asumimos y aceptamos propuestas de otras personas, aunque preferiríamos otra alternativa, pero no la expresamos porque queremos agradar o tenemos el miedo de ser rechazados.


Cordialmente,

Amor González Sánchez

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